domingo, 20 de mayo de 2018

¿Me hiciste falta?

¿Me hiciste falta?

Parte I

Samantha Sabina Villalobos Santana

    En este ensayo me gustaría contar mi propia experiencia de crecer sin un papá en casa; los problemas que acarreo y la huella que dejó la ausencia. Me gustaría también, recordar que cada situación es muy diferente, cada uno tomamos las experiencias de diferentes maneras, pero hay veces que no notamos cuando algo nos afecta y que un hombre abandone a su familia es tan normal, que desconocemos como nos afecta. Pregunté a miembros de mi familia, cómo fue para ellos, al igual que a un par de amigos de los cuales yo tenía el conocimiento de que habían tenido la misma suerte que yo. Lo que me pareció muy interesante es que todos coincidimos en varios puntos y me ayudó a llegar a una conclusión más precisa, pues mi propia experiencia no me daba todo el panorama de este tema. Para empezar, esta es la descripción que tengo de un padre; tomado de las pequeñas historias y experiencias que viví a través de otros y de escenas de televisión que fui juntando para crear mi imagen de lo que es un padre.

Un padre es mucho más que un guía o un maestro, es el primer amor de una niña, primer superhéroe y compañero de batalla. Es la autoridad que aparece cuando mamá pierde fuerzas y nos ordena obedecerla. Otras veces es quien más consiente con mimos y regalitos. Es el hombre que regresa cansado de trabajar una jornada completa en una empresa que no recordamos como se llama. Es quien nos enseña a madurar y ser fuertes porque las cosas no salen como queremos la mayoría del tiempo. Puede ser el que te enseñe que los hombres no lloran, o que a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa porque creció a la antigua y después fue tu turno de enseñarle que las cosas cambian. Es ese hombre que por más que pase el tiempo sigue viendo una bebé que usaba una máscara del hombre araña y lo invitaba a luchar contra los zombis. Es un cómplice de travesuras, de cenas con chatarras y películas hasta tarde cuando estaban solos. Un padre te enseña lo que a mamá se le olvida, te muestra otra cara de la autoridad, puede provocar mucho miedo y puede mostrar ternura. Es el compañero de mamá, los ojos que nos ven desde arriba, el abrazo que llega apenas a sus muslos y va ascendiendo con el paso del tiempo. Aprendemos de imitarlo, él nos enseña sin siquiera intentarlo. Con él aprendimos que papá puede abrir los frascos más difíciles, alcanzar cualquier cosa por más alto que este, que no siente frío cuando te da su suéter, que fumar es para adultos y que la cerveza sabe amarga, aunque él sea inmune.  

    Mi padre, bueno, es un personaje totalmente diferente. Con 19 años el día que se convirtió en padre, resignado le dijo a mi madre que se tenían que casar, pero ella se negó. Él lo aprovechó y no hizo muchos esfuerzos a partir de ahí. No hubo tal cosa como “le voy a decir a tu papá”. Ni día del padre en la primaria con un padre presente. Mi madre no tuvo a su relevo en cuestiones de crianza. Mi padre no fue alguien muy trabajador, creo que la mayor parte de la historia se la ha pasado desempleado.  Mi madre me crío por su cuenta desde entonces. Así es, estamos tan acostumbrados a que un padre esté ausente que olvidamos que es parte importante en nuestro desarrollo. En mi búsqueda por entender qué estaba mal conmigo, descubrí que crecer sin mi papá dio pie a una serie de dificultades tanto en la manera de desarrollarme y desenvolverme con el entorno, como en mi personalidad y autoestima.

Fui la primera hija de mi madre y la única de mi padre. Al principio éramos ella y yo, con el tiempo llegó mi hermana y fuimos las tres Gracias; cada una con sus problemas y compartiendo las mismas carencias. No puedo quejarme de haber crecido sin un padre, mirando hacia atrás en mi historial familiar, los padres llegaron a ser un mito; Un lugar vacío en la mesa y dentro de nosotros. Los padres cubren una necesidad que no conocemos hasta que vemos las pequeñas consecuencias.

La mayoría de los miembros de mi familia son mujeres, estoy acostumbrada a ver a las mujeres como seres independientes, la única autoridad que conocía era femenina. Mi abuela, mi madre, mi hermana, mis tías y primas. Eran todo lo que conocía. Así que desarrollé mucha curiosidad por los hombres. Desde niña soñaba con tener un hermano mayor, que supongo era una inocente manera de cubrir la necesidad de una figura paterna. Prefería juntarme con los niños, pero al mismo tiempo me intimidaban porque no estaba acostumbrada a hablar con ellos y al final sólo hablaba con las niñas. El problema era que me topaba en conflictos con ellas, por alguna razón me molestaban y me excluían. Hasta que en mi pubertad decidí que prefería tener a los hombres como amigos y a las mujeres a prueba para ganarse mi confianza. Realmente no era tan raro que me llevara mejor con los niños. La poca convivencia que tuve con mi padre, fue para criar un niño, o eso interpreté yo.

Casi todo mi catálogo de gustos en música y cine, son gracias a mi padre. Me dio un curso intensivo de origen y misión de Los Zombies, acompañado con películas de terror de los años 80’s; Humor negro, Thriller, Gore, extranjeras. Eran los únicos géneros que conocíamos. Pasaba un buen rato instruyéndome sobre sus bandas favoritas de Heavy y Trash metal, Punk, Speed metal, y otros géneros que ya olvidé. Yo estaba fascinada, de alguna manera me heredó el gusto genéticamente, porque me sentía atraída por todo lo que mi padre me mostraba. Para mí, todo lo que tuviera que ver con mi padre era genial. Suena a un cuento de hadas, pero esto ocurría sólo en pocas ocasiones.

Hasta mi edad de 15 años, recuerdo que mi padre seguía viviendo con mis abuelos, así que cecí escuchando como mi mamá ridiculizaba a mi padre. “Es un inútil” era lo que siempre decía. ahora sé que mi madre tenía muchos sentimientos sobre mi padre; él la dejo sola, nunca le ayudo a criarme, ni siquiera económicamente o simplemente con interés. Mi madre no debió influir en la imagen que tenía de mi padre, no debió hablar mal él frente a mí, pero no la culpo, se sentía sola.  De cualquier modo, al final yo me iba a dar cuenta de la realidad. Un niño con padres que no están juntos siempre está dividido, es el confidente de partes diferentes de la historia, pero le afectan igual. Por parte de mi padre, los comentarios variaban. Según él, mi madre estaba loca, y muchas cosas más que me molestaba mucho que las mencionara. Yo detestaba esto, me comparaba a ella para hacerme ver mal y lo que era peor, para mí no tenía fundamentos, ¿por qué se él se tomaba la libertad de manchar la imagen de mi madre?

Los fines de semana que llegué a pasar con él, más bien los pasaba con mis abuelos, mientras él se encerraba la mayor parte de las tardes en su cuarto fumando y haciendo otras cosas que siguen siendo un misterio para mí. Así que aprovechaba los momentos que me dedicaba. Trataba de impresionarlo cada vez que tenía la oportunidad. Creía que podía llamar su atención si le demostraba que yo podía ser igual que él y tal vez así disfrutaría más de mi compañía y querría pasar tiempo conmigo. Esa es la razón de que por mucho tiempo mi rol de género no estaba bien definido. O eso me dijeron. Incluyendo que crecí sólo con mujeres, mujeres que hacían de todo, yo no conocía que actividades le correspondían un padre y cuales, a una madre, mi madre siempre hizo todo. Así qué, crecí con la idea de que podía hacer cualquier cosa, no tenía el concepto de que mi género me limitaba. Yo era y soy una niña, me sentía niña, pero quería ser masculina, ruda. Rechazaba muchas características de la imagen de una mujer. Si usaba vestidos me rebelaba usando tenis, no me peinaba, el color rosa estaba vetado de mi vida.

Constantemente mi madre me pedía que fuera más femenina. Recuerdo que ella sí era muy femenina, siempre tan guapa y tan joven para tener una hija de mi edad. Yo quería ser femenina, pero a mi propia manera, además lo estaba descubriendo todavía, mi pobre madre no sabía cómo ayudarme, y terminó por aceptarme, aunque creo que prefirió no batallar conmigo. Pero ella no sabía que yo no me sentía bonita, por mi cuenta me inventé qué si no podía ser bonita, podía ser ruda. Quería que quedara claro que yo era diferente. Fue duro, porque mi padre no estuvo ahí para ver lo que quería demostrarle.

En más de una ocasión me decepcionó con su ausencia. Prometía que el fin de semana haríamos algo divertido, pero no volvía a llamar. Cuando por fin llegaba el día de vernos, llegaba 3 horas tarde. Cuando emocionada le contaba algo sobre mí, algo que quería intentar o algo nuevo que me gustaba, lo único que hacía era desacreditarme y criticarme e incluso ridiculizarme. Llegó un momento en que esa decepción se convirtió en odio, lo detestaba por ser tan inmaduro, cobarde y sobre todo egoísta. Me sentí estúpida por querer ser como él, por parecerme a él. Odiaba tanto cada vez que alguien resaltaba el parecido tan grande que tengo a él que juraba que algún día iba a operar mi nariz. Por momentos sentía un miedo infinito de realmente ser tan parecida a él, que terminaría igual de miserable. Odiaba recordarlo cada vez que veía una película de terror, cada vez que escuchaba las bandas que él me mostró, el olor del tabaco combinado con el suavizante de telas que estaba impregnado en su ropa.

Dejé de buscarlo por completo, y descubrí que no me extrañó ni un segundo. Empezó la dura adolescencia. Todo era más doloroso, demasiados cambios, me sentía sola, vivía en un estado de melancolía crónica, mi autoestima estaba por los suelos, era un drama andante. En muchas ocasiones mi madre nos presentó a alguno de los varios novios que tuvo durante el tiempo que fue madre soltera. Algunos fueron lindos y trataron de ganarse a mi hermana y a mí para estar con mi madre, otros no se inmutaron. Hasta que llego la actual pareja de mi madre. Fue muy raro conocer a un hombre responsable y que mostraba interés. Llegó un momento en que vivimos todos juntos, por primera vez íbamos a tener una especia de papá. Fue una experiencia complicada. No aceptábamos que un hombre quisiera controlarnos o que quisiera escucharnos. Hubo muchas discusiones, peleas, malos tratos, llantos… hasta que un día lo logramos. Se ganó a mi madre y en el paquete veníamos incluidas nosotras. Han pasado 10 años desde entonces. Pero antes de que llegara alguien estable en nuestras vidas, tuve muchas experiencias cercanas de lo que era un padre en mi vida.

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