martes, 22 de mayo de 2018

Reseña obra Dostoyevski (Crimen y castigo)

"Dostoievski estaba convencido de que la humanidad acabaría hundiéndose en la esclavitud definitiva cuando quisiera salvarse a sí misma. El siglo veinte, con sus catástrofes políticas, tecnológicas y ecológicas, le da la razón. No se trata de accidentes sino de las consecuencias ineludibles de la fe en la exclusividad del saber. A partir del momento en que el ser humano se impone el papel de Dios y considera que todo tiene solución, es capaz de sacrificar todo el universo con tal de demostrar que tiene razón"

(Földényi; 2006)


Creo que por sí misma la literatura Rusa del siglo 19 tiene cierta cualidad universal, por el hecho ineludible de que la modernidad occidental , delimitada a ciertos espacios geográficos en el siglo XIX, ha sabido con el tiempo y en pleno siglo veintiuno comerse muchos territorios y adaptarse y vivirse en casi toda la mayoría de la superficie del planeta. Por lo tanto, no ha de sorprendernos que yo encontrara una voz que describía el alma humana y su hacer en un San Petersburgo de mediados del siglo XIX, reflejada en mi propia alma y mi propio hacer en una Guadalajara situada en la segunda década del siglo XXI, si la gran cantidad de “nuevo” que empezaba a reinar la vida de los individuos en esa época, lo vivimos ahora de una forma más refinada, con mínimos cambios, donde lo esencial se mantiene.

Mi primer acercamiento con Dostoievski fue esporádico y misterioso. Acababa de decidir nunca dejar de leer y acercarme lo más que pudiera al fantástico y a veces horroroso vació, de la literatura occidental.
En la casa que me servía de hogar en esos momentos, encontré por azar tres libros de pasta roja y dura, esa clase de libros que de sólo verlos te hablan y convencido intuitivamente de la calidad de su edición, caes irresistiblemente en su encantada persuasión.
Vi uno en particular titulado “Crimen y castigo”, el nombre no me convencía lo suficiente,  pero el autor y su extraño nombre me provocaron interés. Días después le pregunté a un amigo que siempre consideré con un nivel cultural mucho más amplio y profundo que el mío, sí alguna vez había leído a ese autor ruso llamado Dostoievski. Me respondió afirmativamente con grandes elogios al escritor y con la recomendación, según él, (por mi forma de concebir la realidad) de sus libros y su pensamiento.
Lo que experimenté con ese libro, creo que es de los fenómenos más
difíciles de comunicar con palabras, y es uno de los grandes desafíos de cualquier escritor. Fue una mezcla de asombro, miedo, fascinación, incertidumbre, sí, definitivamente es incertidumbre la sensación más relevante; el sentirte dentro de ella y no saber los límites entre lo que está afuera y lo que está adentro, entre lo que se conoce y lo que nunca va a ser conocido, esa sensación nombrada a veces como el absurdo, como esa ausencia de sentido que te sumerge en una profunda relación de admiración y temor con la realidad.
El recorrido por la narrativa Dostoievskiana es un proceso incesante entre comprenderte y comprender lo otro, siempre desde un profundo temor y una constante desgracia. Lo primero que admiré y reconocí en esa primera lectura de crimen y castigo, fue como el ojo narrativo se paseaba ya sea entre; la mente de un joven nihilista, pobre, angustiado, asesino y totalmente exiliado del mundo moral por su ausencia de valores; por calles, callejones y tugurios, donde la miseria humana sustituye la pintura de los muros y la tragedia al nublado sol de san Petersburgo; o por el corazón destrozado, devorado, vomitado y vuelto a comer por la sociedad, de una prostituta cristiana, que su incondicional amor por el otro desahuciado, negado, condenado por el ojo de dios y por el ojo de una sociedad que sabía muy bien condenar pero no condenarse, seguía latiendo y tenía su justificación, como canal de expiación de los pecados, como perdón absoluto y como puente de resurrección hacía el regreso al mundo de lo correcto.
Esa particularidad de la narrativa de Dostoievski, de mirar el mundo desde los ojos de los condenados, de los inmorales, de los insignificantes, de aquellos míseros humanos que caminan en el borde de esa línea que determina lo bueno y lo malo de su condición de humano-moderno, es para mí una de las tantas atribuciones que Dostoievski nos deja a la posteridad. El entendía al humano como el lugar donde múltiples y heterogéneas dimensiones luchan y chocan entre sí, donde lo malo no es simplemente malo. Negaba y fragmentaba la aparente universalidad, que empezaba a  reinar el pensamiento en esa época, donde la razón y su capacidad “divina” podía nombrar, describir y definir cada acto humano. Incrédulo de la esa ciencia que empezaba a obtener autoridad sobre el alma humana, llamada psicología, él la veía con desconfianza, y la desentrañaba con un profundo análisis y desarrollo psicológico de sus personajes.
Nos enseña a ver al humano como una continua e incesante
ambivalencia, donde cada acto tiene en sí, múltiples causas y múltiples interpretaciones de esas causas, y su forma de mostrárnoslo es en sus insuperables narrativas psicológicas, donde cada personaje define muy bien cada uno de los distintitos pensamientos o reflexiones que tiene Dostoievski  (desde su realidad compleja) de cada situación importante en la historia que nos narra. 

Definitivamente nunca ha sido fácil leerlo, sin embargo, eso no anula la capacidad estética y de entretenimiento que tienen sus historias. Cada una es contada con gran conocimiento narrativo y sabe llevarte por cada conflicto de la mano, con una prosa más parecida al ameno y sencillo cuento oral que te contaría tu abuelo, que a esa fría, racionalista y sofisticada prosa llena de adornos que otros escritores se deleitan en mostrar.
Desde la palabra simple y sin artificios complicados, Dostoievski sabe
como capturar lo más profundo en el recipiente más simple, siendo esta forma tan natural y maravillosa de escribir otra de las dimensiones que lo conforman  que más admiro.
Sus historias están llenas de angustia, tanto así que pareciera que
esta emoción tan humana, fuera la piedra angular que guía la mayoría del hacer de sus protagonistas. Así es que ahí, encuentro un punto de conexión entre sus historias y mi vida.

Por alguna razón, desde que tengo memoria, la angustia ha sido para mí una compañera, con la cual he platicado por incontables noches, tanto así, que nunca me ha parecido anormal el relacionarme muchas veces con la vida desde tan inolvidable sentir.

 El que sus historias sean guiadas mayoritariamente por la angustia, tiene su respuesta en el devenir de su propia vida, que a falta de mucho, tuvo de sobra y como eterna acompañante a esa emoción tan pesada e intensa. Su vida, como muchas otras coetáneas a él  y a mí, reflejan ese modelo del hombre moderno, que a base de un marcado y en crecimiento individualismo, que nos separa de la vida social y que nos sumerge en la sustitución de una conexión pre-moderna más orgánica de relacionarnos con los otros, a una raquítica, plástica, robotizada y funcional “nueva” y común forma de relacionarnos con los otros. 

Sin haber hecho una clara reseña narrativa de los hechos de la novela, por mi clara convicción de que una reseña no siempre debe de platicar la historia, sino, porque muchas veces la mejor de forma de convencer para que vean algo que te gusta, es la de platicar tu experiencia con el acto, puesto que:


“Dostoievski no es nada para quien no le viva desde su interior” (Zweig, 2001: 52)


Bibliografía 


Földényi, L. (2006) Dostoievski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, Madrid, Galaxia Gutenberg




Zweig, S. (2001) Tres maestros. En editorial Porrúa. México, DF.






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